Por Sandra Sánchez
“Para descubrir cada semana una nueva, grata e inesperada experiencia con la pantalla”, esta frase de Sandro Romero Rey de su libro “Andrés Caicedo, o la muerte sin sosiego”, es un fragmento que habla sobre el ritual que Andrés Caicedo tenía de asistir al Cine Club de Cali todos los sábados al medio día, ese momento irremplazable e irrepetible, ese encuentro único con la experiencia del cine, ese sentimiento que comparto con Caicedo, eso es el Cine Club La Chimenea para mi, esa grata experiencia de asistir cada miércoles, o jueves, a ese pequeño teatrino, ese momento en que te sientas allí, impaciente, hambriento de historias y de imágenes, con el deseo de encontrar cada vez algo que te sorprenda, una imagen o una idea que se queda pegada a tu mente durante el camino a casa.
Ese amor por el cine, que tan tempranamente se aferro a mi vida,
con tan solo 14 años de edad, ya vivía y soñaba en función del cine, asistir
cada semana al Cine Club, ese ritual que me acompaño durante 10 años, ese paso
a paso, llegar a la Casa de la Cultura de Suba, saludar a amigos y conocidos,
esperar a los compañeros del Cine Club, abrir las puertas del teatrino,
encender las luces, bajar el telón, poner el proyector, meter el dvd en el
reproductor, calibrar la imagen... hablar sobre nuestro día, sobre las nuevas
películas, sobre aquel director que nos sorprendió con su última película. La
gente empieza a llegar, saluda y se acomoda frente a la pantalla, impaciente y
ansiosa, y aunque ninguno de nosotros lo dice, existe un pequeño nerviosismo,
es nuestra responsabilidad haber elegido esa película para proyectar, ¿le
gustará a la gente? ¿que dirán las personas al final de la película?, miedos y
preguntas como si fuéramos nosotros los realizadores de esa pieza audiovisual,
y ¿porque no? si al final de cuentas, hemos creado el ambiente propicio para
que la magia aparezca, lo queramos o no, también es nuestra película, las luces
se apagan y empieza la función.
Un par de horas después, se encienden las luces, mientras nuestros
ojos se acostumbran de nuevo a la luz, una cara amable se para frente a
nosotros, una invitación a completar el ciclo, a compartir, a expresarnos, a
decir lo que quizá en otro lugar y en otro momento no nos atreveríamos a decir,
el juego de la palabra pasa de boca en boca. Cuando los ánimos están agotados y
las gargantas secas, otro rostro amable nos invita a compartir una bebida
caliente frente a la chimenea encendida, ese momento apacible, la calma después
de la tormenta, ese momento en que dejas que se digieran los pensamientos, ese
momento cálido y familiar en el que compartimos frente al fuego, el fuego como
metáfora.
Se apagan las luces y de regreso a casa, con una que otra imagen
de la película dando vueltas por tu cabeza, tan solo anhelas que llegue la
semana siguiente, para vivir de nuevo esa grata e inesperada experiencia con la
pantalla, eso es para mi el Cine Club La Chimenea.
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